Los tres estadios, derivados de las teorías Marxistas, el preindustrial, el industrial y el postindustrial basan sus diferencias en los modos de producción, esto es, en la manera en que los hombres satisfacen sus necesidades más básicas, así como las más inútiles, y las relaciones que se generan entre estos durante el proceso productivo, desde la extracción de materias primas hasta la disposición final de los desechos.

Los modos de producción son fácilmente diferenciables en los tres estadios. Durante el preindustrial la fuerza principal era la fuerza del hombre y los animales, los objetos manufacturados valían por su uso, por su función o por la dignidad que estos brindaban a sus poseedores. Los objetos no escondían tras de sí, no ocultaban en su forma, más que una tradición, el trabajo de los hombres que lo realizaban y solamente prometían el goce de su valor. Las relaciones entre estos hombre preindustriales, si bien se hallaban circunscritas a la economía[1], esta era aún regulada, de algún modo, por las creencias populares y la religión, amén de por medio la política y el poder.

En el estadio industrial surge un cambio radical en cuanto a la forma de producción: aparece la máquina y los combustibles fósiles. Esto provoca el surgimiento de nuevos grupos sociales, y relaciones entre estos. La máquina acelera y perfecciona la producción, alejando al hombre (ahora obrero) del objeto producido: la tan mencionada alienación. Así el trabajo se torna un mero medio para la subsistencia del obrero; el obrero, un simple medio para la acumulación de capital del burgués; y el objeto ahora encierra en sí deseo. El valor de uso del objeto producido es superado por su valor de intercambio, por su posibilidad de ser cualquier otro objeto, de satisfacer otra necesidad. Aquí es donde la moneda de oro transmuta en el papel moneda, deslindándose de cualquier utilidad más allá del intercambio. El dinero representa el trabajo contenido en los objetos. El capitalista acumula trabajo, o promesa de trabajo que se transforma en objetos, esto se logra gracias a la plusvalía, ya que el obrero recibe un salario por su tiempo y esfuerzo, y no por el objeto que produce. Mientras que el valor del objeto es fijado por el libre mercado, en última instancia por la oferta y la demanda. Sin embargo, el capitalista no es torpe, y da un paso más: genera nuevas necesidades, aumentando así la demanda de nuevos productos; reduce el trabajo humano implementando máquinas; divide y subdivide las labores; minimiza los salarios y deja en manos del estado la supervivencia de sus obreros. Los obreros por su lado pagan al estado esta supervivencia con los impuestos y consumen los productos que el capitalista no deja de ofrecer al por mayor. El estado, en tanto, se vuelve un aparato necesario para el éxito del capitalista, en vez de ser un mediador entre este último y el obrero. Por último, el objeto se llena de ilusión y deseo, se torna mucho más deseable, y su supresión por medio del consumo es el único goce que otorga el capitalista a cambio de la explotación que realiza del obrero. El obrero ignora esto en general o, si lo sabe, prefiere ignorarlo ante la tristeza que esta ignominia pudiera generarle. A nadie le gusta saberse esclavo de alguien más.

Pero aún más, frente a la negación que el proletario presenta de su situación, el capitalista se vuelve cínico e incluso permite las denuncias de la injusticia que el sistema capitalista genera, las inconsistencias y las barbaridades que derivan de él. Al final del día qué importa si se denuncia el tráfico de armas en una película como Lord of war, si se satirizan las arteras mañas de la industria del tabaco como en Thank you for smoking, o si se hacen patentes las injusticias existentes en el tercer mundo como en The Last King of Scotland, todas saldrán en BlueRay y habrá quien pague por ellas. Porque al capital sólo le interesa algo, su propio crecimiento.

Si bien, en la actualidad, las industrias y los servicios comienzan a preocuparse por cuestiones de sostenibilidad[2], esto no acaba siendo más que un nuevo camino para el progreso de las técnicas de producción. Ya que de la mano de la ciencia el capitalismo asegura cada día más su propia supervivencia y expansión hasta los últimos rincones habitados.

El capitalismo no lucha por eliminar los modos preindustriales de producción, mientras estos no interfieran con su progreso y se sometan a las leyes que el mercado impone. Son los individuos que se hallan en los márgenes de aparato capitalista los que poco a poco van aceptando estás nuevas relaciones, con el único fin de sobrevivir. El capitalista no obliga, seduce y no da más oportunidad: se escuda en la libertad.

En México, como en muchas partes del mundo, los estadios preindustrial, industrial y postindustrial, coexiten bajo la sombra del capitalismo. Quizá, sea sólo que a México le toca una de las peores partes de este sistema que invade el mundo, y del cual, al parecer, no se puede escapar. El pesimismo resulta una reacción habitual ante tal panorama.

[ Diseño y Sociedad / 7 de febrero de 2011 ]


  • [1] En cuanto que es fundamental, para los hombres de todos los tiempos satisfacer las necesidades básicas: alimento, casa, reproducción, etc.
  • [2] Más allá de la sostenibilidad de los procesos productivos.

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