La ciudad de México es un mosaico de diferencias y contradicciones, en general, como cualquier gran ciudad, si bien con algunos matices exóticos y endémicos. En esta inmensa maraña de relaciones económicas, políticas y familiares puede hallarse todo tipo estados sociales. A continuación un breve recorrido por algunos de estos estados sociales que a lo largo de la ciudad pueden encontrarse, sólo basta para ello aguzar un poco el ojo.

El estado preindustrial, por ejemplo, puede observarse el 28 de cada mes en la peregrinación a la iglesia de San Hipólito. Ese día cientos de feligreses, devotos acérrimos de San Juditas Tadeo, patrono de los casos difíciles, se conglomeran en la iglesia para hacer patente su fe. Con rosarios en el cuello y estatuillas del santo en mano, vienen principalmente de las zonas económicamente marginadas, porque San Judas ayuda a los pobres, a los que están en la cárcel, a los que tienen deudas, a los que no ven cómo salir de la miseria. Todas estas personas acuden para que el santo, de algún modo mágico o divino, solucione los problemas que tiene en el mundo cotidiano. Confían su destino, aunque no del todo, en un ritual religioso. Si bien, en lo cotidiano se esfuerzan por superar su precario estado económico, lo hacen con la confianza de que el santo, o dios, les ayudará. Por esto gastan una parte de sus ingresos en dijes, rosarios, milagritos y estatuillas de diversos materiales, como lo que importa es el tamaño o el brillo de tales objetos de culto, no reparan en considerar que todos estos objetos son parte de un mercado y que se mueven en una dinámica que nada tiene que ver con lo religioso, sino que se apegan a una lógica de la demanda y la oferta, de costos de producción y rentabilidad. Estos feligreses, sienten que la intervención divina es el único medio para cambiar de estado social, pues así los otros estados de la sociedad conservan cerradas las otras puertas del cambio, asegurando a su vez la preservación de su modus vivendi.

El estadio industrial, por su parte, puede observarse todas las mañanas en las afueras de los centenares de colegios particulares que abundan por la ciudad, haciendo dobles filas a las puertas de tales escuelas con el fin de entregar a sus hijos a estos pequeños templos del conocimiento. Las personas de este grupo social, ya no confían su destino económico a la fe, sino que como la revolución industrial mostró, la economía depende de los procesos racionales, siendo la ciencia y sus conocimientos la herramienta fundamental para el bienestar económico. Así que se confía en la ciencia no sólo para el bienestar económico, sino para el desarrollo personal, con los psicólogos; para la preservación del estado social, mediante la llamada realización profesional; e incluso para la conservación ambiental por medio del consumo responsable. Es este estadio social el que más consideraciones realiza al momento del consumo, pues tiende a enfocar sus recursos a la conservación de su modus vivendi, y la reproducción de éste por sus descendientes. Estas personas suelen inclinarse por los ideales de la ilustración, creen en el fondo que la razón y el orden nos llevarán por el camino del progreso. Su consumo meditado, su culto al conocimiento y su idealismo ilustrado provocan que aun cuando son conscientes de los tejemanejes del mercado y la economía capitalista, no puedan escapar de la dinámica de ambos. Ya que la propia capacidad de análisis y los conocimientos que adquirieron se producen gracias a las desigualdades sociales que la economía genera. Sus ideales, disfrazan y embellecen las dinámicas sociales que provoca el capitalismo, los hacen creer a ellos mismo que existe una forma de mejorar la situación social de todos, cuando está creencia sólo funge como placebo de la conciencia social, para evitar cualquier revolución social que devaste el sistema económico y político reinante. El conocimiento en pocas manos es más seguro que en muchas, más si estás manos no desean que el status quo se modifique, pues salen beneficiadas por él.

El estadio de consumo de masas, es más difícil de identificar —al menos en mi caso—, sin embargo podemos adelantar un par de cosas. Este grupo social está en el centro del mercado, es el gran consumidor que reclama lo nuevo, lo último, lo maravilloso. Los otros dos estadios trabajan arduamente para satisfacer todas estas necesidades superfluas del consumidor en masa. Este consumidor se mueve en la dinámica de lo desechable, de la tecnología de punta, de lo que la mayoría no puede aspirar. Los vemos por ahí de vez en cuando rondando la ciudad sobre sus autos deportivos de miles de dólares. Este grupo social expresa plenamente la dinámica del mercado: el capital sólo sabe generar más capital, sus compras son inversiones, sus lujos y extravagancias encienden el motor del mercado, no solo en sentido económico, creando nuevas necesidades, sino también en el ideológico a generar nuevos ideales para las clases inferiores, nuevos estándares de vida que seguir. Su culto en última instancia, ni se debe a la fe, ni al conocimiento, se entrega al capital, a su forma sutil que es el dinero, y al consumo por el consumo. Es cierto que generan empleos, y cierto nivel de bienestar para un número considerable de personas, sin embargo, no allanan las diferencias sociales, sino que gracias a estás logran lo que hacen, y por ende no está en ellos ni siquiera el propósito de cambiar las cosas, de modificar el status quo del capitalismo, ya menos de modificar su modus vivendi.

El panorama en esta ciudad, como en el mundo en general, no es nada alentador. Sin embargo, la consciencia de todas estas diferencias y contradicciones debería orillarnos a buscar un modo alternativo de progreso, un cambio en las formas de producción y consumo, para finalmente propiciar un cambio en el modelo político-económico.

[ Diseño y Sociedad / 16 de marzo de 2011 ]

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